Agujas fratricidas que de forma despiadada acaban con cada uno de aquellos momentos en los que muy feliz ella se encontraba.
Lucia recordaba aquel primer verano con pena de suicidio, con un deseo inmensurable de quemar cada una de las preciadas imágenes que en su mente dormitaban, imágenes tan felizmente vividas en el bello ayer, y hoy tan dolorosamente sentidas.
Con cada llanto solo derramaba las cenizas de lo que en su interior había de aquel antiguo amor, aquel hombre que ya no era el mismo, aquel que la rutina disfrazada de tempestad le quito.
Sin Embargo, a cada momento transcurrido ella sentía convertirse en adicta de su piel, sus besos, y su ser completo. No dudaba de su fiel amor, pero su alma se hallaba en pena y su corazón no lograba evitar sollozar de tanto dolor.
Ella trataba hallar la razón del desencuentro que entre ellos crecía como una bestia que se alimenta con la costumbre de los días. Por otro lado él insistía en disfrazarse de culpable, y de forma repetida solía vestir de perdedor teniendo de meta el perderla. Luego al perderla le entrega las caricias, lo besos, y el amor que solo al principio le entrego. Solo al no verla a su lado decide abrir los ojos para ir a buscarla, solo cuando su amor sin piedad derrochó.
Tal vez ahora él pueda entender que jamás se detuvo a observar el penar que poco a poco aumentaba en el corazón de su amada o el dolor que consumía su felicidad.
Solo había estado preocupado en malgastar su tiempo en asuntos de menor importancia, había puesto entre rejas su alma soñadora, le había prohibido el volar. Ella no tenia interés en respirar, solo intentaba parar de suspirar pero el no veía de su amor la intensidad.
Su corazón no lograba entenderla porque intentaba una y otra vez hacerlo, olvidando así su función. Y poco a poco fue olvidando que ella era el ángel que lo había salvado del cuento de terror, aquel que le hizo sentir el verdadero amor. Marcelo veía uno y mil suspiros como pajarillos revolotear a su alrededor que buscaban ser defensores del alma presidiaria. Pero descarada y ciegamente los ignoraba.
Lucia fundía su alegría en un mar de llanto añorando aquel 21 de enero donde comenzó el noviazgo y un compromiso que termino en desencanto. A el las cosas en contra se le tornaban y al recordar que “de esa miel no comen las hormigas” lloraba.
El alma salió en libertad cuando ella de su amado decidió escapar, el volvió a tener un alma soñadora aunque su corazón se hallaba en agonía. Ella de futuros amores su corazón teñía. El tarde entendía que había sido el verdugo de su devoto suspiro y que sin ángel su alma adoptaría el suicidio
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